RELATOS SALVAJES: VIOLENCIA Y BARBARIE al estilo ARGENTINO / Crítica SIN SPOILERS

 Crítica de ‘Relatos salvajes’. Violencia y barbarie al estilo argentino

Se cumplen diez años del estreno de la película más salvaje de Damián Szifron, nominada en los Óscars y Cannes.



Banner promocional de la película


Estrenada en 2014, Relatos salvajes es una película de co-producción argentina y española escrita y dirigida por Damián Szifron, famoso por sus trabajos en ‘Tiempo de valientes’ y ‘El fondo del mar’. Perteneciente al género de la comedia negra, cuenta en su reparto con actores como Ricardo Darín, Darío Grandinetti y Érica Rivas, así como Gustavo Santaolalla y Javier Juliá a la música y la fotografía respectivamente. Fue nominada a los Óscars a Mejor Película Internacional.


Relatos salvajes es una cinta antológica que abarca seis historias de carácter independiente, todas ellas con la violencia como temática central. Cada relato dura de media unos veinte minutos, lo que resulta en una estructura ágil y dinámica, capaz de diferenciarse de los habituales tres actos consecutivos del cine convencional para ofrecer un producto narrativamente curioso y realizado con gran ingenio.


Esta película supuso el cénit de la carrera de Damián Szifron, un director no demasiado prolífico pero igualmente exitoso por su manera de aunar toda influencia hollywoodense con la identidad del cine argentino. En esta película demuestra toda esa experiencia a través de un trabajo sólido en su conjunto y visualmente dinámico, capaz de generar tensión incluso en los momentos más relajados. Resulta también digna de mención la dirección de actores, pues se deposita gran parte del peso dramático en unas actuaciones que no defraudan.


A la hora de hablar del reparto, es difícil no irse por las ramas a causa de la densidad argumental que aportan los seis relatos independientes. Sin embargo, son ciertos miembros los que se llevan la palma. Uno de ellos es Ricardo Darín como Simon “Bombita” Fisher, que ofrece una sobrecogedora interpretación que, en sintonía con la de Michael Douglas en la mítica Un día de furia, refleja el camino de un hombre reprimido hasta el estallido. Érica Rivas es la otra estrella: su papel como Romina es intenso e hilarante, capaz de provocar tanto risa como inquietud en cuestión de un par de frases, todo ello sin perder la conexión con el espectador. 



Érica Rivas como Romina en Hasta que la muerte nos separe

En cuanto a los aspectos técnicos,
Relatos salvajes no resulta demasiado trascendental pero, pese a todo, cumple con su cometido. La fotografía ofrece planos generales en abundancia, siempre al servicio de barbarie y bestialidad, resultando especialmente versátil a la hora de generar tensión y traslandar tal sentimiento de los personajes protagonistas al espectador. Hay abundancia de planos largos durante toda la película, siempre con un fin expresivo, de manera correspondiente al cine independiente argentino; eso sí, combinados con el dinamismo propio de los planos-contraplano propios de la Hollywood más clásica. 


En esta categoría resulta destacable la segunda de las historias, de nombre Las ratas, ambientada en un bar de carretera y con el asesinato de un político como hilo conductor: la ambientación, inquietante por su amplitud y con un excelente trabajo de luces, permite ofrecer algunos de los planos más memorables de toda la película. 


Sobre la banda sonora, cabe destacar que la compone Gustavo Santaolalla, famoso por películas como Brokeback Mountain o el popular videojuego The Last of Us. La música de Relatos salvajes no es uno de sus mejores trabajos, pero el juego de silencios que se emplea viene como anillo al dedo para manejar el crudo suspense que articula toda la película. Igualmente, al ritmo de la propia violencia, se permite estallar en los momentos de mayor tensión para ofrecer composiciones algo más memorables, todo ello sin dejar de jugar con las expectativas de lo musicalmente convencional.


Por su carácter disperso y antológico, resulta difícil definir Relatos salvajes mediante la clásica sinopsis. Y es que las seis historias que componen esta cinta no guardan ninguna relación argumental entre sí, pero sí es cierto que todas se ubican en un mismo escenario general (la verosímil Argentina de nuestro mundo) y, del mismo modo, comparten el elemento de la violencia. Este va a ser el que articule toda la película desde su primer relato, Pasternak, algo más breve que el resto pero tremendamente contundente en su mensaje, sirviendo como una suerte de declaración de intenciones a modo de preludio. El giro de guion en esta primera historia marca el rumbo a seguir, sirviendo como referencia para la clase de comedia negra con la que se va a jugar.



Pasternak ubica la mayoría de su acción dentro de un avión de pasajeros


Pese a lo absurdo de muchas de las situaciones dadas en la película (se juega constantemente con el elemento de la coincidencia, solo que sin llegar a caer en las conveniencias de guion), Relatos salvajes se mantiene de principio a fin en un escenario plausible, tratando sucesos que, pese a su improbabilidad, podrían llegar a pasar: todo lo que ocurre es consecuencia de algo pequeño que, al ir haciéndose bola, desemboca en un problema colectivo y tiene un resultado funesto. El verdadero interés de la película reside en presenciar cómo esos problemas, insignificantes en un principio, crecen hasta que explotan en un mar de violencia donde la paciencia del espectador se ve gratamente recompensada. Del mismo modo que toda la trama saca lo peor de los personajes, la película se permite el lujo de que su público se regocije con el espectáculo de caos y destrucción cuya resolución lo mantiene en vilo.


Después de todo, la película habla de la cara oculta del ser humano y cómo este, tras verse reprimido por las conveniencias de la sociedad, puede llegar a sacar lo peor de sí. Venganza, codicia o un retorcido sentido de la justicia se ven reflejados en una obra que, como sus propios créditos de inicio ya dejan claro, desvela el animal que hay dentro de cada hombre. Relatos salvajes es un estudio de la maldad y el instinto básico del Homo sapiens, desde el odio hasta el deseo sexual, pasando por el rencor en su forma más básica y miserable. 


Damián Szifron desvela su faceta más misántropa en una película que no deja en buen lugar a nuestra especie y que, como su propio nombre indica, demuestra que no hay ciudad ni sociedad civilizada capaz de contener el lado salvaje de una persona enfadada. 


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