AQUAMAN Y EL REINO PERDIDO: Descanse en paz, DCEU / Reseña SIN SPOILERS

Aunque cueste creerlo, la primera película protagonizada por el Rey de los Siete Mares sigue siendo, a día de hoy, la más taquillera del DCEU. Y no solo de este universo recientemente extinto, sino de toda la historia de las adaptaciones cinematográficas de la editorial. Que sea este personaje y no alguno de los populares Batman y Superman quien ostente este puesto dice mucho del rumbo extraño que ha tomado esta saga, también de cómo el éxito puede brotar inesperadamente según el momento y las circunstancias.

Y es que hay que decir que Aquaman se estrenó en el momento perfecto: Navidad de 2018, con el cine de superhéroes en su punto álgido tras el estreno de Vengadores: Infinity War y la euforia que desató con el anuncio de su secuela para el año siguiente. DC se nutrió del éxito de Marvel Studios, cosa que repercutió positivamente en muchos de sus productos, que trataron de emular en forma y estilo a la competencia. Desde luego, con más de mil millones recaudados y un gran impacto en la cultura popular, la película de James Wan protagonizada por Jason Momoa lo logró.

Lastimosamente, su secuela no puede decir lo mismo. Aquaman y el Reino Perdido ha llegado en el peor momento posible, con el antiguo DCEU en sus postrimerías y la promesa de dejar todo este caótico universo atrás con la nueva propuesta de James Gunn para Superman: Legacy. Ofreciendo una historia seccionada tras múltiples reshoots y que no va a ningún sitio, resultando incluso reiterativa en muchos aspectos, esta película ha sido abandonada a su suerte por un estudio que no confía en ella. Y, tras las estimaciones de taquilla, está claro que pasará sin pena ni gloria también para el público. 

Este es el final del Universo Extendido de DC, un último capítulo para una narrativa atropellada que, con sus luces y sus sombras, deja con un mal sabor de boca hasta el final.

Jason Momoa lo dio todo hasta el último momento. Pobrecillo 

Aquaman y el Reino Perdido llega tarde, cosa que nadie puede cuestionar. Las expectativas estaban por los suelos, y cualquier promesa que pudiera plantear sería fútil: con la muerte de este universo, ninguna de sus propuestas podría ir a ningún lado. Por eso mismo, la historia olvida completamente su existencia en un mundo común con otros personajes y se centra en contar la última aventura (lo cual tampoco es decir mucho, porque solo han sido dos) de Arthur Curry. 

Desde luego, su antecesora no era narrativamente revolucionaria. Era, de hecho, una película bastante convencional en su argumento, cercana al reciente éxito de Black Panther con su propuesta de aventuras y fantasía pulp en un contexto monárquico casi shakesperiano. Pese a todo, por su espíritu desenfadado y su ritmo implacable, conseguía una solidez envidiable. No puede decirse lo mismo de esta secuela, que trata inútilmente de recuperar todo lo que hizo grande al filme de 2018 pero golpeándose de lleno contra un muro de realidad: el espectador ha cambiado y ya no existe lo que hace cinco años. Eso sin contar el hecho de que estamos ante un auténtico Frankenstein cinematográfico, una película considerablemente damnificada por grabaciones y recortes. Cosa que, de hecho, se nota constantemente. 

A la sombra de la primera Aquaman, esta película opta por repetir en lugar de innovar. Black Manta y el Rey Orm vuelven a jugar un papel clave, ofreciendo únicamente espacio para un nuevo villano que, por falta de metraje, queda como un mero señor oscuro al que será fácil olvidar. Existe una reiteración incluso a nivel visual, ya que, aunque mantenga el espectáculo de efectos visuales de su predecesora, toda la grandeza del mundo de Atlantis pierde la originalidad de la que antaño gozó. Sí, las criaturas submarinas y los reinos perdidos lucen con la grandeza que merecen, pero ya no son nada nuevo. 


Arthur y Orm tratan de ser unos Thor y Loki cuestionables

Pero no todo iba a ser tan catastrófico. Como es costumbre en sus películas, Jason Momoa se encarga de cargar la historia sobre sus hombros. Su Aquaman es puro carisma, un último recordatorio de la actitud que logró convertir a un personaje vilipendiado desde los años cuarenta en un auténtico fenómeno de masas. Y lo cierto es que goza de un desarrollo interesante, afrontando las consecuencias de la primera película y lo que supone psicológicamente lidiar con dos vidas paralelas, así como formar una familia y tomar sacrificios. El personaje sigue en su línea hasta el final, reafirmándose como uno de los más sólidos que nos dejó el antiguo DCEU. 

Otro de los personajes que más consiguen brillar es Orm, interpretado por Patrick Wilson. El hermanastro de Arthur supuso una amenaza imponente en la anterior película, un antagonista poderoso con el que, pese a sus drásticos métodos, se podía empatizar. El personaje que encontramos en esta secuela ya no es ese, aunque es lógico: las consecuencias de sus actos lo han convertido en alguien distinto, hostil y torturado, mucho más débil emocionalmente de como lo conocimos. Pero lo cierto es que consigue una evolución de lo más interesante, quizá la mejor de toda la película, cerrando el círculo de uno de los mejores villanos que nos dejó este universo.

Pero, sobre el resto, poco se puede decir: Mera queda relegada a un segundo plano tras lo sucedido con el juicio de Amber Heard, el Vulko de Willem Dafoe ha sido sencillamente eliminado de la trama y personajes como los de Nicole Kidman, Dolph Lungred y Temuera Morrison no consiguen brillar pese al nombre de sus intérpretes. Tampoco Black Manta está al nivel de lo que se vio en la anterior película: la mejoría visual es considerable, desde los efectos hasta el diseño del propio traje, pero el personaje termina convertido en un villano de opereta sin más motivación que hacer el mal. Una vez más, la reiteración de la historia solo consigue despojar de fuerza al arco de venganza de este antagonista. Una pena.


El aspecto físico es puro cómic, eso sí

Algunos de los aspectos más reseñables son los sencillamente técnicos, como los efectos visuales. Siempre es divertido conocer nuevas criaturas y bestias que aumentan el sentido de la aventura clásica, todo ello con una solidez visual que se venía echando en falta desde el estreno de The Flash. Quizá no sea tan consistente durante todo su metraje como su predecesora, pero es comprensible. Hablamos de un mal del que adolecen prácticamente todas las producciones del momento, algo que viene acarreándose desde la post-pandemia inmediata por culpa de los nuevos tiempos de producción y la saturación del mercado de VFX.

Pese a todo, pocas pegas pueden ponérsele a Aquaman y el Reino Perdido en este sentido. Tampoco a la dirección, que, si bien no llega al nivel que James Wan alcanzó anteriormente, ofrece secuencias dinámicas donde abundan la aventura, la acción y el terror, con diversas referencias a Star Wars, El Señor de los Anillos e incluso el mundo de H. P. Lovecraft. 

Hay que decir que la armadura de Aquaman ya no es lo que era

Con sus muchísimas carencias, Aquaman y el Reino Perdido no es una mala película. No innova ni alcanza la iconicidad de su predecesora, pero, pese a su ritmo inconsistente, sigue siendo una película decente de acción y superhéroes. No será la recordada más que como el último capítulo del antiguo DCEU, y desde luego ninguna de sus escenas quedará para el recuerdo, pero el personaje de Aquaman interpretado por Jason Momoa estará siempre presente en la memoria de los fanáticos. Después de todo, es digno de alabar cómo este universo consiguió convertir a un héroe tan denostado en uno de primera fila, volviendo un espectáculo cosas como el interactuar con el mundo marino y sus criaturas, otrora motivo de burla. Esta encarnación del Rey de Atlantis consiguió incluso mayor popularidad entre el público corriente que sus coetáneos Batman y Superman, lo cual sigue costando creer a día de hoy. 

La película no deja cabos sueltos, funcionando como una despedida agradable y cómica para la franquicia. Dada su desconexión absoluta con el DCEU, es difícil pensar en ella como un final digno para el universo compartido. Sin embargo, no lo pretende: suficiente tiene con contar su propia historia y decir adiós a sus personajes, cosa que, aunque deja un sabor ligeramente amargo, no causa demasiado revuelo. 

El DCEU muere en silencio, entre promesas de un nuevo universo donde todo será distinto y existirá un plan narrativo desde el principio. Con los rumores de que Jason Momoa repetiría para interpretar esta vez a Lobo, el gamberro-motero cósmico, aún hay futuro para la inmortal saga de DC Comics en el cine.

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