INDIANA JONES Y EL DIAL DEL DESTINO: Una última aventura / Reseña CON SPOILERS

 Pocas sagas han marcado a tantas generaciones como Indiana Jones. La idea de Spielberg y Lucas arrancó por todo lo alto con En busca del Arca Perdida, que originalmente ni siquiera contaba con el nombre del icónico protagonista. La cosa cambió con Indiana Jones y el Templo Maldito, secuela que en realidad es precuela y que, aunque para muchos fanáticos no está a la altura de su antecesora, resulta una película de aventuras más que digna. Aun así, no es pecado decir que se encuentra a años luz de la tercera entrega, Indiana Jones y la Última Cruzada, para muchos (entre los que me incluyo) la cumbre de la saga y el cierre perfecto. También hay quienes dicen que existe una cuarta película, con un nombre al estilo de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, pero son sólo rumores… ¿verdad? 

Dejándonos de bromas, esa cuarta entrega forma parte de la saga nos guste o no. Y lo mismo ocurre con Indiana Jones y el Dial del Destino, la quinta y (supuestamente) última película del más legendario aventurero de todos los tiempos, que llega cuarenta y dos años después de la original para cerrar un círculo histórico. Las expectativas estaban por las nubes tras años de especulación y cualquier cosa era posible, pero ¿ha estado a la altura? Veámoslo. 

Esta reseña debería estar en un museo. 

Los pósters nunca fallan 

El comienzo de la película es una declaración de intenciones. La tecnología deepfake no ha vuelto a ser lo mismo desde la aparición de Luke Skywalker en El Libro de Boba Fett, cuando se contrató a un YouTuber experto en la materia para perfeccionar lo visto en al final de la segunda temporada de El Mandaloriano. No sería descabellado pensar que ese mismo hombre ha trabajado en esta secuencia inicial, pues lo que vemos con Harrison Ford quita el aliento. Bien es cierto que resulta extraño a ratos, sobre todo debido a los movimientos de la boca, pero el resultado general es estupendo. Volver a tener al Indiana Jones del que nos enamoramos hace décadas, ni muy joven ni muy mayor, es un placer visual. Toda la secuencia recuerda bastante a lo visto al comienzo de Indiana Jones y la Última Cruzada, con un flashback de larga duración que funciona como puente hacia la trama venidera. Incluso comparten el tren como escenario principal, algo que prácticamente confirma que no se trata de una mera coincidencia. 

Sea como fuere, esta pequeña aventura nos devuelve al conflicto más clásico de Indy: los nazis. Todo forma parte de un gran espectáculo de nostalgia y auto-homenaje, pero sin abusar de elementos que puedan resultar chocantes. Desde luego, no había mejor manera de comenzar una historia de despedida como esta. 

Al igual que la propia historia, todo esto nos lleva a hablar de Indiana Jones. Nuestro protagonista es el mismo de siempre, cosa que resulta obvia, pero ha cambiado. Haber tratado de mantenerlo indemne a pesar de la edad habría resultado un error, y no me refiero solo a lo físico: la vejez le ha afectado psicológicamente, a pesar de tratarse de un hombre sano y fuerte. Es indiscutible que uno de los mayores males que afrontan las personas mayores es la soledad, cosa que se ve estupendamente reflejada en el personaje. Podemos apreciar cómo ha perdido prácticamente las ganas de vivir, cosa que hace por inercia, como con una esperanza inconsciente de que todo vuelva a ser como antes. Aunque solo sea una última vez. 

Aun así, cuando la situación lo requiere, nuestro Indy demuestra que sigue siendo el héroe del que nos enamoramos cuando éramos críos. Quizá ya no piense y actúe de la misma manera, pero sus valores para con su profesión siguen siendo los mismos. Continuar su periplo a través de esta última aventura resulta cuando menos emocionante, conduciéndonos a través de escenas que evocan a legendarios momentos de la trilogía original como catarsis definitiva. Acompañan también todas esas frases icónicas, que no son pocas y aparecen siempre en el momento idóneo, como un dulce recuerdo de tiempos pasados. No por ello mejores, pues la película no se regocija en ese sentimiento exacerbado de nostalgia, simplemente diferentes y especiales para nosotros. 


“¡Machácalos, Indiana Jones!”

Pero, como toda película de Indiana Jones que se preste, nuestro legendario protagonista merece un elenco de secundarios a su altura. La situación no permite recurrir a ninguno de los anteriores, siendo Sallah el único que participa, aunque únicamente para un breve cameo que despide al entrañable amigo de Indy. Son varios los personajes de nuevo cuño que participan en la historia, siendo la más destacable la ahijada del protagonista, interpretada por la carismática Phoebe Waller-Bridge. La actriz y creadora de Fleabag lo da todo en este papel, que le permite lucirse con un estilo descarado y divertido. Su pique con Indiana Jones es el motor de la historia, un contraste que los separa y, al mismo tiempo, los une. Y quizá sus motivaciones puedan resultar algo eclécticas, pero, a medida que la trama avanza, va abriendo su corazón para revelar de manera paulatina su auténtico pensamiento. La dinámica y el desarrollo del personaje son lo que logra encumbrar a Helena Shaw como una compañera más que digna para Indy, justo  como merecía. 

Aun así, no puede decirse lo mismo de los otros personajes. Véase, por ejemplo, el caso de Teddy, quien acaba adquiriendo bastante metraje a pesar de que nunca se llega a conectar demasiado con él ni se cuenta su historia en profundidad. Intenta ser una especie de Tapón, un homenaje a Indiana Jones y el Templo Maldito que no acaba de funcionar. Y no es solamente cuestión de guion, pues el chaval no da la talla al colocárselo junto a auténticos titanes de la actuación. No tiene el carisma de Ke Huy Quan, eso por descontado. 

Y bueno, qué decir de Antonio Banderas, actor al que adoro y del que esperaba grandes cosas. Pero no tiene más que un par de frases antes de morir frito a balazos, por lo que pasa sin pena ni gloria. Más que un personaje, es una herramienta narrativa para pasar a la siguiente fase. Podría haber sido cualquier actor, sinceramente, pues el malagueño no aporta nada. 

Aun así, toca pasar página y hablar de los villanos. Huelga decir que, a pesar de la iconicidad de algunos, nunca han sido el punto fuerte de estas películas: se ciñen al arquetipo del antagonista pulp de todas esas historias de aventura que tanto bebe la saga, donde un villano de opereta planea cumplir sus retorcidas ambiciones mediante la consecución de un Macguffin. Este elemento siempre ha sido uno de los puntos clave de Indiana Jones y prácticamente cualquier película del género, teniendo en este caso al Dial de Arquímedes o Anticitera como ese elemento legendario que causará un gran desastre si cae en malas manos. 

Y, como no podía ser de otra manera, ese mal habla alemán y viste de negro, rojo y blanco. 

Mads Mikkelsen es maldad pura y dura

No hay debates morales cuando hablamos de los nazis, tampoco esos claroscuros a los que nos tienen tan acostumbrados últimamente con la popularidad de villanos como Thanos o el Joker. Nadie en su sano juicio se pondría del lado de Voller, el personaje estupendamente interpretado por Mads Mikkelsen, cuyos planes pasan por algo tan rocambolesco como viajar al pasado para provocar que el fascismo alemán gane la Segunda Guerra Mundial. Aunque, demostrando un retorcimiento incluso exagerado para un caso así, se descubre que su auténtica ambición es mayar a Hitler para ocupar su lugar y corregir cada uno de sus errores. Desde luego, es imposible empatizar con un enemigo así: está específicamente diseñado para provocar desprecio en el espectador, evocando al clásico personaje de Belloq en muchos aspectos. De nuevo, el contenido reiterativo de la película nos da un paseo a través de toda la saga, esta vez con un villano que conoce un destino tan aciago como el de sus predecesores. Un destino, además, provocando por sus propias ambiciones malévolas y egoístas. No puede pedírsele mucho más a un personaje así, expresamente creado para que el protagonista salga bien parado, y tampoco a sus esbirros. Fiel a los tropos del género, no faltan el matón hábil pero impulsivo y el grandullón descerebrado. Un clásico. 

De todas formas, los nazis no son más que un medio para recuperar el espíritu de la saga mientras recorremos múltiples escenarios propicios para la aventura. La estructura no revoluciona nada, simplemente se atañe a la tradición del género y abraza todas sus costumbres como homenaje en pos de concluir una época. No falta ni esa clásica transición en la que un avión ficticio recorre un mapa del mundo, un recurso que no se veía desde hacía años. Esto nos conduce a países como Marruecos o Sicilia, escenarios que ofrecen múltiples persecuciones, exploraciones, secuestros, periplos marítimos y riñas, algunos concediendo cierto frescor a la saga y otros sirviendo en un homenaje que no cae en la nostalgia fácil sino que la utiliza como un medio a su favor. Hasta aquí no hay nada extraño, todo en la línea de la saga, pero hay un aspecto que no se puede ignorar: cada película de la misma ha contado siempre con un elemento fantástico. Y quizá la cuarta entrega lo llevó a otro nivel, pervirtiendo los límites que considerábamos lógicos, pero es algo que nunca puede faltar. 

Lo cierto es que llevaba tiempo rumoreándose que esta película abarcaría la temática de los viajes en el tiempo. Era algo complicado y difícil de creer, aunque unas imágenes filtradas de un set de inspiración romana parecían decir lo contrario. A pesar de todo, como ocurre en a lo largo de la saga completa, el evento fantástico no tiene lugar hasta prácticamente el término del tercer acto, que suele coincidir con el momento en que el villano se hace con el Macguffin, ahora completo y listo para su uso. Esta escasa participación del elemento temporal logra evitar paradojas temporales y ese temido bochorno argumental, aunque no puedo evitar sentir que un concepto tan grande (y propicio para una saga que suele tratar temas históricos como esta) queda bastante desaprovechado. Aun así, la película lo justifica en pos de la aparición de Arquímedes, recurriendo a una serie de sucesos básicos que aportan cierta riqueza en aras de un segundo visionado. Desde luego, viendo lo que se hizo en Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal con los extraterrestres, los viajes en el tiempo no parecen estar tan fuera de lugar. 

Se ve cada crítica relativa al Macguffin que cuesta creer que cierta gente haya visto la trilogía original 

Aun así, este asunto podría propiciar un debate que incluiría tediosas palabras como deus ex machina o agujero de guion. Sin embargo, dado que considero estos conceptos inherentes a la mitología del género de aventuras, lo ignoraré. Porque la película no es perfecta, desde luego, pues resulta algo larga y hay tanto elementos como personajes que no funcionan, pero no eclipsan su grandeza. Poco más puede pedírsele a una saga como esta, en cuya sencillez ha recaído siempre su éxito: un protagonista carismático, una aventura apasionante y un conflicto arquetípico pero efectivo. La película da todo eso y más, con un corazón que rinde culto a un pasado glorioso pero se adapta a una nueva manera de entender el cine. Todo ello bajo la batuta de John Williams, tan espléndido como de costumbre. Su música sigue siendo un personaje más, un elemento que concede vida propia a cada escena acompañada de esa legendaria fanfarria. A sus noventa y tantos años, el maestro aún nos deleita con sus mejores melodías. Cualquier día nos da el disgusto, así que más vale que lo apreciemos mientras podamos. 

En resumidas cuentas, Indiana Jones y el Dial del Destino es un final más que digno. No el final perfecto, pues han pasado más de cuatro décadas y muchas de las cosas que encumbraron a esta saga han quedado atrás, pero todo ha confluido de tal manera que hemos podido presenciar un acontecimiento fantástico. Una película emocionante y divertida, que pide asistencia a las salas y devuelve al espectador a tiempos pasados, cuando sus preocupaciones eran otras e ir a ver una película junto a su familia suponía todo un mundo de emociones. Quizá esos días hayan quedado atrás, pero el mundo no es ahora mejor ni peor: es diferente, cosa que no impide que podamos recuperar todo ese tiempo perdido. 

Tal como nuestro colega Indy, aún no es tarde para cumplir con nuestro auténtico destino. 

Fortuna y Gloria, amigos míos. Fortuna y Gloria. 

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