BLACK PANTHER: WAKANDA FOREVER: El legado del Rey / Reseña CON SPOILERS

 28 de agosto de 2020. Eran vacaciones escolares durante la pandemia, sin gran cosa que hacer más que ver pasar el tiempo. Podría haber dormido hasta tarde, pero nunca había sido mi estilo. Desperté temprano, con legañas en los ojos y sin energías, pero con la suficiente convicción como para inclinarme sobre el costado del colchón para alcanzar el móvil. Primero entré en YouTube, aunque no vi gran cosa debido a mi miopía. Eso sí: ¿a qué venía aquella portada con una imagen en blanco y negro de Chadwick Boseman, el actor que daba vida al rey T’Challa en el UCM? Acababa de despertarme, así que, por mucho que me extrañara, no le di muchas más vueltas. 

Pero no fue hasta entrar en Twitter que me enteré de la noticia. Ni siquiera tuve que leer nada para entenderlo: una fotografía del actor publicada por la cuenta de DC Comics hablaba por sí sola. ¿Por qué motivo si no iba la Distinguida Competencia a dedicar un solo mensaje a Marvel? No quería creerlo, no tenía sentido, pero el mundo se derrumbó en ese mismo instante. No había habido indicios, nada extraño en los últimos tiempos, aunque supongo que fue precisamente aquello lo que sembró la incredulidad. 

Chadwick había estado enfermo. Diagnosticado de cáncer de colon desde los tiempos de Capitán América: Civil War, había pasado gravemente enfermo todo su recorrido en el Universo Cinematográfico de Marvel. Nadie más que la familia lo supo nunca: ¿cómo íbamos a darnos cuenta de que aquel hombre atlético, cándido y lleno de energía se estaba desvaneciendo sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo? Muchas cosas empezaron a cobrar sentido cuando nos hicimos eco de la tragedia, pero ya era tarde. La corona había caído de su cabeza de la noche a la mañana, mientras el mundo se entretenía con sus quehaceres. 

Y precisamente así es como empieza Black Panther: Wakanda Forever. Una inesperada pero funesta despedida, la negación que da paso a la pena, el paso del tiempo y el duelo. En ese momento, poco importan los rascacielos, la tecnología de ciencia ficción o las naciones ficticias: todos somos la princesa  Shuri, todos somos la reina Ramonda, todos somos Wakanda. Todos somos hombres y mujeres superados por las circunstancias, acechados por la muerte y abandonados. 

Y ya no hay Pantera Negra que pueda defendernos de los males. 



Black Panther: Wakanda Forever no es una película para cualquiera. Su predecesora, Black Panther, lo tuvo todo para resultar uno de los mayores éxitos de la historia del cine de superhéroes: una historia sencilla pero funcional, reivindicación de la historia negra en el momento adecuado (no tardaría en llegar el Black Lives Matter) y su situación previa al clímax de la saga cinematográfica más exitosa de todos los tiempos. Era una película para todos, gratamente apreciada por la gente negra pero también por los niños, las mujeres y cualquier otro ser humano sin demasiados prejuicios en la cabeza. Mucho se ha debatido sobre su rotundo éxito en los Premios Óscar fue o no digno de una obra como esta, pero lo que no puede negarse es que hizo historia. 

Y, siendo realistas, lo más probable es que su sucesora no lo logre. Se trata de una película a la altura, exquisitamente realizada, con actuaciones tremendas y una banda sonora que quita el aliento. Pero es más que eso: el homenaje está por encima de todo, aunque sin eclipsar todo lo demás. Es bella, es elegante y violenta al mismo tiempo, ilustre pero cruda. Pero también es lenta, densa, de casi tres horas de duración donde priman la introspección, el sentir de los personajes y las imágenes. No es una película que vaya a cautivar a los niños como su predecesora, tampoco a los que vienen buscando la clásica fórmula de acción-comedia de Marvel: va un paso más allá, conscientes del riesgo, tal como ocurrió hace un año con Eternos. Marvel Studios ya no tiene miedo a ofrecer cosas diferentes, aun siendo conscientes de que quizá no tengan tanta repercusión como si ofrecieran algo más naif y sencillo, para toda la familia. 

En resumidas cuentas, Black Panther: Wakanda Forever es una película de consecuencias. Ya no solo por los muchos frentes abiertos que quedaron para los personajes debido a los eventos acontecidos en el Universo Marvel, sino por todo lo que se tuvo que afrontar para poder sacar adelante la historia. El fallecimiento de Chadwick fue el mayor de esa larga sucesión de peldaños, pero hubo mucho más: la pandemia, el supuesto negacionismo de Letitia Wright, la reconstrucción del guion, problemas con la justicia en los que por equivocación se vio inmerso el director Ryan Coogler… Parecía imposible que una película con tantos antecedentes trágicos pudiera prevalecer (las hemos visto ceder por mucho menos), pero el resultado es bastante favorable. El trabajo de todo el equipo la salvó de un destino incierto, aunque logró incluso ir un paso más allá y convertir sus debilidades en fortalezas. 

Pero también se trata de una película sobre el legado. Esto no es precisamente una novedad en el UCM, pues, tras la partida de muchos de los héroes que empezaron esto, hemos visto a jóvenes promesas heredar tan legendarios mantos. Sin embargo, ninguno se encuentra a la escala de lo visto en esta película. Al fin y al cabo, no es simplemente un legado heroico sino también actoral, un dolor que se traslada de los personajes a las personas de carne y hueso y convierte este nuevo avance en un auténtico reto. Para recibir ese peso sobre los hombros se encuentra Shuri, interpretada por una Letitia Wright como nunca se la había visto. Hasta ahora, la princesa de Wakanda tenía tantos amantes como detractores: su carácter rebelde e irónico polarizó a los fanáticos desde su primera aparición en la primera entrega de la franquicia. Su intérprete era una chica solvente, británica con escasos trabajos a sus espaldas, seguida además de una extensa polémica sobre su ideología política. 

Entre tanta incertidumbre, lo único que está claro es que la decisión de depositar todas las esperanzas de la franquicia en sus brazos no debió ser fácil. Ni para Letitia, que habría de asumir un importantísimo rol que pondría en jaque su futuro en el UCM, como para el equipo de la película, responsables de una saga adorada por millones de personas. No sería un paso fácil, y se podía prever cuánto odio y desconfianza recibirían tanto el personaje como la actriz, pero ¿acaso había otro camino? 

Agrade más o menos el personaje y su conversión en la nueva y diferente Pantera Negra, era la elección más lógica. Algunos cruzaban los dedos por ver a Nakia o a M’Baku enfundados en el traje de vibranium, pero ninguno de los dos era legítimo heredero al trono de Wakanda. Además, el lógico paso al frente viene acompañado de una orgánica resolución para la que Letitia Wright cumple con creces. Pocos hubieran apostado por llegar a verla defenderse frente a tantos registros, alejándose de su limitado papel previo para ofrecer una interpretación depresiva, juguetona, resolutiva y en constante crecimiento. 

Quizá no fuera la heroína que merecíamos, pero sí la que necesitábamos. 


Pero, a pesar de acaparar la mayor parte del metraje, puede decirse que Shuri queda en varios momentos eclipsada por otros grandes nombres. Y no es de extrañar, pues el reparto de esta película roza el sobresaliente. Especial mención merece la reina Ramonda, interpretada por la excelente Angela Bassett, que se aleja de aquel insignificante papel en la primera película para ofrecer uno de los más intensos y emocionales del UCM. Lo que presenciamos es una mujer rota, que lo ha perdido todo y sigue en pie, fuerte a pesar del dolor que la corroe por dentro. No necesita escenas de acción para demostrar poderío, solo miradas y palabras de pleno convencimiento. En una película donde la voz femenina prima sobre todo lo demás, quizá sea la suya la que más resuena por su vehemencia. 

Otras grandes fuerzas femeninas se suman a esta debacle actoral, desde la siempre querida Lupita Nyong’o, de vuelta como Nakia en un papel más relevante de lo que aparenta, hasta Danai Gurira con su carismática Okoye, un firme personaje que nunca deja de sorprender. La primera se incorpora tarde a la película, amoldándose al tono de pesadumbre con todos los recuerdos que aferra de su amante T’Challa. Quizá sea una de las personas más cercanas al difunto rey que quedan vivas, lo que acerca todavía más al espectador a ese luto, y que será precisamente también lo que incitará a la superación en la conclusión. Por otro lado, Okoye recupera ese espíritu que la convirtió en la favorita de muchos. Una mujer osada, dispuesta a arriesgarlo todo por Wakanda, pero que nunca se ha visto en una tesitura como esta. Es sumamente interesante lo que se explora del personaje, incapaz en esta ocasión de cumplir con su único deber: proteger a la familia real. Ese sentimiento de culpa será lo que arrastre durante toda la película, y el verse incapaz de derrotar al fornido Attuma funciona como otro punto de inflexión. Por eso su heroico retorno en el tercer acto funciona tan bien, sirviendo además como el recuerdo de que nunca se puede subestimar a una Dora Milaje. 

Por último, entre el vasto elenco de los wakandianos, es indispensable mencionar a M’Baku. Su papel no es el más duradero, pero sin embargo cumple a la perfección con la caracterización de la nueva faceta que se forjó tras la primera película. Su renovada alianza con la familia real no lo ha ablandado, pero, aun así, son su nobleza y su certeza a la hora de tomar decisiones lo que más memorable lo vuelven. De alguna manera, con ese espíritu tan noble, puede considerarse el personaje más cercano a la estela de T’Challa. No hay más que ver esa conversación con Shuri en las Montañas Jabari en el tercer acto, donde prácticamente ejerce de hermano mayor de la princesa recién convertida en Pantera Negra. 

Pero el añadido que realmente mantuvo en vilo a los fanáticos desde el comienzo de la promoción fue precisamente una nación distinta. Desde que se dijo que Namor sería el antagonista principal de la película, la especulación se disparó por las nubes: comenzaron las teorías, las ilustraciones de los fanáticos y los castings deseados, aunque, desde luego, ninguno acertó siquiera de refilón. ¿Quién hubiera apostado por esta reimaginación de la Atlantis marvelita, ahora convertida en un reflejo superheroico de las culturas mesoamericanas? La propia elección de Tenoch Huerta como Namor provocó un apasionado debate en redes sociales, un fuego que ni siquiera se ha apagado aún. Se trataba de un cambio radical en los orígenes y la historia del personaje, así como su entorno y su reino de fantasía, ahora renombrado como Talocán en honor a las leyendas mexicas. 

Todo parece radicalmente distinto, y es lógico que muchos de los amantes del personaje se sientan defraudados. Sin embargo, el personaje conserva casi todos los elementos icónicos que lo vuelven reconocible: las alas en los tobillos, el pecho al descubierto y esos ridículos calzones verdes heredados de los años treinta. Y qué decir de su personalidad, tan imperativa y contestataria como en los cómics. Pocas pegas pueden ponérsele en ese aspecto: su resentimiento hacia la humanidad y el deseo de venganza arrastrado durante los siglos siguen tan presentes como desde el Marvel Comics n°1. 


Lo cierto es que la Atlantis de los cómics tiene un parecido camaleónico con todo lo que envuelve a Aquaman. El público general ya descubrió aquel fantástico reino de herencia grecolatina en la película de 2018, por lo que adaptar su equivalente marvelita parecía un riesgo. Tuvo que ser así como surgió Talokán, el reino de Namor en esta película, de inspiración maya y con una potentísima identidad visual. En este caso ni siquiera se trata de una ancestral raza propia (Homo mermanus, como se llega a mencionar en los cómics), sino que surgieron a raíz de la ingesta de la Hoja en Forma de Corazón. Ahí es cuando se deja intuir el gen mutante de Namor, cosa que incluso él mismo menciona, aunque aún no se sabe en qué sentido exactamente. Desde luego, en quinientos años de vida ha tenido tiempo de sobra para descubrirlo. Pero que se revelará en el futuro del UCM (un futuro no tan lejano) es un hecho. 

Más allá de todas sus diferencias, de sus orígenes y su nombre (mientras aquí Namor significa El Niño Sin Amor, en los cómics es El Hijo Vengador), el Namor que se presenta en esta película comparte espíritu y ambiciones con su contrapartida gráfica. Se trata de un personaje regio, solemne y rencoroso, que oscila entre la villanía y distintos matices de lo que puede considerarse un antihéroe. Busca lo mejor para su pueblo, y para ello no le tiembla la mano al arrasar con ciudades enteras de la superficie. Incluso cuando parece haber cambiado de bando, confiar en Namor es un riesgo que los héroes del UCM acabarán descubriendo tarde o temprano. 

Pero lo que lo vuelve un rival tan sólido es la interpretación de Tenoch Huerta. El polémico actor se ha ganado los corazones de muchos con este solemne y poderoso rol, que ha llegado al Universo Marvel para quedarse. Y este no es sino el comienzo de su largo desarrollo, ahora que, tras siglos considerándose a sí mismo un dios, ha sido derrotado y doblegado por vez primera. Con su severa prima Namora y el traicionero Attuma a su vera, se pueden esperar épicas historias desde el corazón de Talokán. Quién sabe si incluso lo veremos unirse al grupo de los Illuminati, las mentes maestras del Universo Marvel, o a la retorcida Cábala, la antítesis de estos, con la compañía del infame Doctor Muerte, Emma Frost o Norman Osborn. 

Mención aparte merece Riri Williams, el personaje que acaba convirtiéndose en una temprana versión de Ironheart. Se sabe que su introducción no es más que un preámbulo a la serie que protagonizará en Disney+, aunque no logra convencer lo suficiente como para incitar a verla. Riri no es un personaje demasiado querido en los cómics, y en esta película se ve eclipsada por fuerzas mucho más trascendentes y actores claramente superiores. Sea lo que sea que le depare al personaje, no lo tendrá difícil para superar esta intervención. 

Pero, ¿qué sería de esta película sin la banda sonora? El apartado musical siempre ha sido fundamental para los superhéroes, a menudo fácilmente identificables por sus canciones. Sin embargo, no siempre trasciende mucho más que ese icónico tema principal. Compositores como John Williams o Danny Elfman han pasado a la historia por eso, y es probable que Ludwig Göransson ascienda con plenos honores a ese panteón. Su trabajo en esta película es prácticamente perfecto, a juego con el tono de la obra y moldeándose a cada escena. En la primera ya destacó por su uso de ritmos africanos, un innovador estilo que le valió múltiples premios; ahora, llevándolo un paso más allá, suma a la ecuación ritmos latinos del ayer y el hoy. Algunos de los temas de la película son auténticamente sobrecogedores, mientras que otros no tienen más fin que ablandar el corazón. Especial mención merecen las colaboraciones, que dan oportunidades a artistas no tan reconocidos y que se adueñan de cada escena que adornan. A excepción de Rihanna, claro, para quien esa humildad se queda corta, aunque sigue ofreciendo un trabajo conmovedor y que llega en lo que parecía el ocaso de su carrera musical. 

Al compás de esta sublime selección musical se encuentra la fotografía, que no se queda atrás en cuanto a belleza y simbolismo. El cambio en la dirección de fotografía se hace notar, pues las planas imágenes de la primera entrega quedan eclipsadas por las nuevas, rebosantes de elegancia, juegos de colorimetría y homenajes artísticos. Esto, sumado al poderío interpretativo de los actores, ofrece secuencias tan hermosas como desgarradoras a lo largo de todo el metraje. En sintonía juegan los efectos especiales, considerablemente mejores que los de su antecesora (cómo olvidar esa nefasta batalla final) y que no temen dejarse ver a pleno sol. El último enfrentamiento es todo un espectáculo, un maremágnum de luces y colores acompañado de exquisitas coreografías de combate. No son violentas, pero sí que son contundentes, cosa que las diferencia de lo visto en otras películas más familiares del estudio. 


Respecto a los cómics, se pueden apreciar evidentes referencias en varias historias gráficas. La despedida de Chadwick Boseman obligó a alejarse de una mayor fidelidad, pero los homenajes siguen estando ahí. No son pocas las veces que Namor ha declarado la guerra a Wakanda, y, en todas esas ocasiones, el duelo entre los dos soberanos ha acabado siendo inevitable. Podría pensar que una batalla digna de Batman y Superman se decantaría siempre por el superhombre, pero, desde los tiempos de David y Goliat, los narradores tienen gusto por la maña sobre la fuerza. Es por esto que Pantera siempre prevalece, ya sea por su ingenio para la improvisación o por un algún rebuscado plan relacionado con la energía cinética. Algo similar pasa al final de la película, y mucho tiene que ver con los cómics: en una ocasión, la propia Shuri derrotó con sus propias manos al Hijo Vengador cuando este había amenazado de muerte a su hermano. 

Algo que puede acercar más la historia a los cómics es la inesperada aparición de la condesa Allegra Valentina de Fontaine. Aunque se sabe desde Falcon y el Soldado de Invierno que esta mujer no trama nada bueno, no fue hasta la D23 que se reveló su auténtico plan: la formación de los Thunderbolts. Este equipo de villanos con dudosas intenciones puede dar mucho juego en el futuro del UCM, aunque se desconoce su auténtico objetivo. Sin embargo, recientemente se ha rumoreado un proyecto donde la condesa trate de asediar Wakanda para obtener sus recursos de forma directa. Esto recuerda parcialmente al evento Asedio, donde los Vengadores Oscuros de Norman Osborn atacaron Nueva Asgard, y la intervención de la villana parece indicar que todo va encaminado a una funesta confrontación. 

Pero, respecto a lo que podría verse en el futuro de la franquicia, dos grandes posibilidades parecen oscilar en el horizonte de Wakanda. El descubrimiento del hijo perdido de T’Challa, un nuevo heredero al trono, pondrá patas arriba el reinado de la nación. La inestabilidad que esto pueda traer despertará el interés lucrativo de otras regiones, y tal vez lo de Talokán parezca un juego de niños en comparación a lo que esté por venir. Pues el ataque del Doctor Muerte, al soberano poder de la balcánica Latveria, no sería moco de pavo. Después del duelo contra Namor, ver a Pantera Negra enfrentarse a tan legendario villano es uno de los grandes sueños de los fanáticos de la franquicia. 

Aunque igual de interesante, y quizá con mayor aspiración a futuro, sería comenzar a explorar los cielos. Una de las historias recientes del personaje más destacables es la del Imperio Intergaláctico de Wakanda, donde la nación africana comienza una expansión hacia el espacio para colonizar nuevos mundos. Quizá sea pronto para algo tan ambicioso, pero una propuesta tan digna de la ciencia ficción moderna sería lo ideal para que la franquicia demostrara cuánto le queda aún por ofrecer. 


A pesar de todo, Black Panther: Wakanda Forever es una película que se defiende por sí misma con gran soltura. Su problemática de producción y la dependencia del resto de productos del UCM no son rivales para la obra que acaba ofreciendo Ryan Coogler, que demuestra más que nunca un talento inmenso para la dirección. Lo que en un principio podía parecer una película supeditada a la despedida y el homenaje acaba sorprendiendo por ser mucho más, tanto una carta de presentación para nuevos mundos como el siguiente paso en la evolución de personajes queridos por los fanáticos. La pesadumbre está ahí, naturalmente, pero no interrumpe: se rige por una estructura reiterativa, potenciando tanto el planteamiento como la conclusión pero sin enturbiar las aguas del desarrollo. De esta manera, la película atraviesa las fases del duelo (cosa que ya hizo Wandavisión hace casi dos años) de manera orgánica para honrar la memoria del carismático actor. 

Y, como guinda del pastel, la revelación del hijo de T’Challa y Nakia (tal como tuvo con Tormenta a Azari en los cómics) ofrece una nueva esperanza a los fanáticos tras tanto dolor. La escena poscréditos que sirve al pequeño T’Challa como carta de presentación se proclama como una de las más emotivas del UCM, sin necesidad de épicos artificios o inesperadas apariciones. Nos señala un nuevo futuro, algo que probablemente se desarrolle tras un salto temporal producto de algún evento cósmico, donde, tal como la propia Shuri, hayamos superado el duelo y aceptado que, en su cultura, la muerte no es el final. 

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